Chus Mateo no tuvo que entrar en el Real Madrid por la puerta de atrás porque ya estaba dentro. Desde julio de 2014 era el ayudante de Pablo Laso en el banquillo del primer equipo. Hombre cortés, afable y siempre en segundo plano, asumió la dirección del campeón de Europa cuando la directiva de la sección de baloncesto, en una decisión controvertida y nunca bien explicada, decidió prescindir de Laso el pasado verano "por razones médicas" tras el infarto sufrido por el técnico vitoriano semanas atrás.
Mateo inició la temporada con muchas dudas en torno a su valía profesional para estar al frente de uno de los equipos más grandes del continente. Ser entrenador de un gigante supone estar en boca de todos y recibir críticas. El madrileño calló, lo aceptó y siguió trabajando.
El Madrid no logró el primer puesto de la fase regular de la liga ACB ni de la Euroliga y empezó el cruce de cuartos de final con el Partizán de Belgrado perdiendo los dos primeros partidos en casa. Jamás un equipo que tuvo ese inicio en la Euroliga logró remontar. Ahí comenzó la gran reacción.
Dos victorias convincentes en Belgrado fueron rematadas en Madrid para entrar la Final Four. No era favorito ante el Barça en semifinales (Nikola Mirotic reconoció que el Barcelona era mejor en la previa del duelo) y tampoco lo eran ante el Olympiakos de Vezenkov (MVP de la Euroliga) pero el Real Madrid se sobrepuso a todo y logró el triunfo definitivo.
Tavares, MVP de la final, dijo públicamente, en la rueda de prensa oficial, que hay que pedirle disculpas por las críticas y por dudar de él, que merece este éxito más que nadie y que es una de las mejores personas que ha conocido en su vida. Mateo no pudo evitar emocionarse.
Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, también respaldó públicamente a su entrenador.
Nada más acabar el partido, en la sublimación de la deportividad, Chus Mateo no fue corriendo a abrazar a sus jugadores ni se puso a saltar eufórico. Elegante y caballeroso, fue a saludar a los técnicos y jugadores de Olympiakos, uno por uno, antes de disfrutar, de forma comedida, en un discreto segundo plano, como le gusta a él, un triunfo colectivo que ha tenido un guía espiritual incontestable.