"Desde chico me sentí capaz de todo", dice el tenista adaptado argentino Fernández
Un infarto medular con un año y medio de vida lo dejó paralítico de cintura para abajo, pero eso no le impidió seguir los pasos de su padre, el baloncestista Gustavo "Lobito" Fernández, y convertirse en un deportista profesional, llegando a abanderado paralímpico argentino en Río 2016.
"Tuve mucha suerte en tener una familia que confió plenamente en mí, en lo que yo decidiera. Si yo quería hacer determinada cosa, independientemente de si la sociedad estaba acostumbrada o no, ellos tuvieron la inteligencia y la apertura mental de decir: probá".
"De esa forma empezó todo. Si a vos de entrada te ponen el límite, sin que pruebes o no, es complicado que uno logre desarrollarse. Mi familia siempre me dio la derecha en decir: 'hacelo, probá'", indicó a la AFP el tenista de 29 años recién cumplidos, en el Abierto de Australia.
Tan amplios eran sus horizontes que cuando una profesora preguntó a los alumnos de su escuela qué querían ser de mayores él respondió futbolista. "Futbolista, obviamente no pude serlo, pero ni la maestra, ni mi mamá, ni la gente alrededor se horrorizó".
"De chico siempre me sentí capaz de hacerlo absolutamente todo", recuerda con una sonrisa.
"Todo en pos del tenis"
Con el pelo teñido de rubio, tras una apuesta por el Mundial de fútbol ganado por Argentina, el tenista de Río Tercero, en la provincia de Córdoba, inicia en Melbourne su décima temporada consagrado en el top 10.
Con cinco Grand Slams individuales y tres de dobles en el palmarés, "Gusti" encara el año con la intención de "seguir creciendo" pero sobre todo con el objetivo de "disfrutar"
"Realmente me gusta mucho lo que hago y muchas veces, por estar pendiente de los resultados, de querer ser número uno, de querer Grand Slams, uno pierde de vista lo más importante", afirma.
En este tiempo en la élite, Fernández ha sido testigo directo de la profesionalización del tenis en silla de ruedas, especialmente en sus deportistas y, aunque con "un progreso más lento", en la Federación Internacional de Tenis.
Con nutricionista, entrenador mental, kinesiólogo, la preparación de este musculado tenista, cuyo brazo no tiene nada que envidiar al de Rafael Nadal, dista poco de la de otro deportista.
"Mi día a día es absolutamente como el de cualquier tenista profesional: dos o tres horas de tenis, dos horas de gimnasio, preparación física, hora y media o dos de kinesiología... Es todo en pos del tenis", afirma.
"Lo que tengo son menos recursos económicos para hacer determinadas cosas como me gustaría", agrega.
"Brecha demasiado grande"
En el Abierto de Australia, los ganadores del cuadro individual de tenis ganan 2.975.000 dólares australianos (unos 2,1 millones de dólares estadounidenses). El premio del tenis en silla de ruedas se queda en 100.000 dólares australianos.
"Está claro que no podemos y no queremos cobrar lo mismo que cobra la gente que juega de pie, porque no generamos lo mismo y probablemente nunca brindemos el mismo espectáculo, pero la brecha es demasiado grande", asegura.
"Yo no tengo la necesidad de estar forrado, de tener millones y millones, no tengo esa ilusión. Pero sí que me gustaría tener un poco más de estabilidad. Si yo mañana me retiro, tengo que salir a trabajar".
Después de empezar el año hospitalizado por una infección de garganta, Fernández se mostró sólido en su debut este martes ante el neerlandés Ruben Spaargaren (6-3, 6-2) y se enfrentará en cuartos al español Martín de la Puente, su compañero de dobles y de habitación en Melbourne.
"Es jodido porque yo le tengo muchísimo aprecio (...) Pero es parte de nuestra profesión", dice el argentino.
Tampoco será algo nuevo para él que disputó durante años el dobles con el japonés Shingo Kunieda, ganador de 50 Grand Slams y su principal rival en simples, que acaba de anunciar su retirada.