Lopera: personalidad arrolladora, un busto mítico y, sobre todo, pasión por el Betis
Manuel Ruiz de Lopera se ganó el cariño de muchos y la enemistad de otros tantos (dentro y fuera del Real Betis). Su forma de dirigir a la entidad, cuanto menos peculiar, generaba adeptos y opositores. Por aquel entonces, en los últimos años del siglo pasado y en los primeros del actual, se hacían las cosas de forma muy distinta. Durante su etapa como presidente, que duró una década, coincidió con, entre otros, Jesús Gil y José María del Nido Benavente.
Figura carismática, singular y controvertida, gozó de una enorme popularidad desde su llegada al cargo. Con el paso del tiempo, esa positiva valoración giró en una dirección radicalmente opuesta por parte de la afición. Entre las decisiones que enfadaron a los seguidores, la iniciativa de poner su nombre al estadio, situación que se mantuvo hasta 2010, cuando el voto mayoritario de los socios recuperó la denominación de Benito Villamarín.
La creciente oposición dio pie a multitudinarias protestas que fueron minando su credibilidad, especialmente a medida que se iban conociendo las resoluciones judiciales que ponían en entredicho sus actuaciones al frente del club. En cualquier caso, Lopera logró algo muy difícil: colarse en la memoria colectiva del Betis y, también, del fútbol español. Y más allá de los éxitos que cosechó, esto es principalmente por su arrolladora personalidad.
Uno de los episodios más sonados de su carrera tuvo lugar en 2007. El Sevilla tenía que visitar Heliópolis y, en un clima de alta tensión, vetó a su homólogo (Del Nido, quien este domingo ha mandado el pésame a familiares y allegados). Este último anunció que iba a acudir al partido, como acostumbraba, y se encontró con un busto de Lopera en el asiento de detrás. Cabe recordar que aquel derbi estuvo marcado también por el botellazo que recibió Juande Ramos, técnico visitante.