Sara Sorribes debe estar asimilando aún lo ocurrido en los Juegos Olímpicos de París, donde se colgó la medalla de bronce en la categoría de dobles junto a Cristina Bucsa. Ambas firmaron una actuación sobresaliente, a excepción de las semifinales ante las rusas Mirra Andreeva y Diana Shnaider, y acabaron el torneo con una espectacular victoria frente a las checas Karolina Muchova y Linda Noskova. Las lágrimas de la tenista de 27 años evidenciaron su desbocada emoción.
Lo cierto es que se presentó en la capital francesa en un contexto bastante negativo, al menos en la categoría individual. Jugar en parejas tiene poco o nada que ver respecto a hacerlo en solitario, aunque acumular derrotas siempre influye en el estado anímico. Antes de debutar esta temporada en tierras norteamericanas, Sara perdió ocho de sus últimos nueve encuentros -la mala racha empezó en mayo y se ha visto frenada este 20 de agosto-. ¿La excepción? Contra Gergana Topalova en Budapest.
Con el US Open a la vuelta de la esquina (ya está en juego la fase previa), experimentar buenas sensaciones sobre pista dura es cuanto menos recomendable. Quizás aupada por el éxito cosechado en los JJ. OO., Sorribes firmó un partido a un nivel más que notable frente a una rival que está situada muy cerca de ella en el ranking de la WTA. Su compañera Bucsa, por cierto, también aprobó con nota en dieciseisavos (6-2 y 6-4 a Martina Trevisan).
Wang tuvo sus opciones durante una manga inaugural en la cual desperdició dos situaciones muy favorables: llegó a vencer por 1-3 y 2-4. Pero si algo caracteriza a la 73ª del mundo es su carácter aguerrido, lo que le permitió adjudicarse hasta cuatro juegos de forma consecutiva. Ese impulso hizo que la defensora del título ofreciera una versión más fiable en el set definitivo, que no alcanzó siquiera los 40 minutos.